José Buendía Hegewisch
El día 3 de mayo de 2020
El liderazgo es hoy más decisivo que nunca ante la incertidumbre de futuro global, en un momento en el que el poder político es más difícil de ejercer con eficacia y, por consiguiente, más fácil de extraviar. De sus decisiones u omisiones depende la vida de millones, como en tiempos de guerra. Quienes lo entiendan pueden abrir oportunidades, los que no, cerrarán el horizonte a sus ciudadanos. Estos son los temores que recorren también México por las confusiones de las políticas contra el COVID-19 y del plan para enfrentar la peor recesión desde hace casi un siglo, pero, sobre todo, por la pérdida de confianza social.
El gobierno de López Obrador llega al momento crítico de la pandemia con un nivel de aprobación similar al del inició del confinamiento, aunque en marzo había caído al punto más bajo del sexenio. Eso significa que se precipitó por problemas anteriores a la crisis sanitaria y, por tanto, es de esperarse que se profundizará con la recesión, la rampante inseguridad y el deterioro social.
Se agota el tiempo para tomar decisiones que eviten que el mayor desastre económico global, desde la segunda guerra mundial, acabe por incendiar al país, pero el Presidente no da muestra de entender la magnitud de la problemática y, mucho menos, modelar el futuro. Ofrece mensajes para inyectar confianza como decir que “pronto” regresará la estabilidad económica, pero, ¿cuántos podrían creerlo en Pemex, la planta productiva o las familias, si ya flaquea la credibilidad en el sistema de salud ante la crisis sanitaria?
Confiamos poco en las instituciones de salud, en los profesionales que trabajan para salvar vidas, y menos en la autoridad, en la antesala de una crisis económica sin medicamento indicado y algunas contraindicaciones para tiempos normales, como no contraer deuda, honestidad o no salvar a empresarios corruptos.
Los signos vitales de la economía mexicana hablan de una depresión profunda, pero la crisis no sólo proviene de ese descalabro, sino de la falta de confianza en un liderazgo cada vez más cuestionado y de la división interna. Llegamos en medio de una sorda disputa con los empresarios, pero muy audible en la declaración de López Obrador cuando ofreció, en abril, adelantar el revocatorio de mandato para “aminorar el ansía” de que se vaya por las presiones y críticas a sus planes económicos. Esa confrontación unas semanas después sigue traduciéndose en respuestas limitadas y parálisis ante problemas mayúsculos como la posible pérdida de 700,000 empleos en el confinamiento y la asfixia de la planta productiva. Según una encuesta interna de Concamin entre sus afiliados, en la industria, 12% tiene sólo 15 días de oxígeno y otro 38% podría mantenerse en pie sólo 30 días más.
Evidentemente, la confrontación ha desgastado a su gobierno, pero es el responsable de la gestión de la crisis. Los resultados de decisiones como desmantelar el aparato gubernamental con la política de austeridad o la pugna entre poderes por la tentativa de ampliar facultades para controlar el gasto público no serán transferibles a sus detractores a la hora de rendir cuentas. Los cuestionamientos a su liderazgo tampoco justificarán la falta de cohesión interna, la cual refleja el desacuerdo contra la emergencia económica o el rechazo a cualquier propuesta de sus opositores a mayor intervención del Estado, como en otros países, para proteger el empleo con rentas básicas para los trabajadores informales que son los más afectados por la crisis.
El tiempo apremia porque es aterrador pensar en la traducción de las cifras de caída del PIB (entre 7% y 12%) en términos de humanos. Su plan de emergencia ofrece en la fórmula de 70-30 continuar con las transferencias directas a familias y crear 2 millones de empleos y créditos para Pymes, con recursos limitados al ahorro y reasignaciones presupuestarias que no compensan ni las pérdidas de Pemex en el primer trimestre por más de 500,000 millones de pesos.
Las realidades que comenzarán a emerger del paréntesis del confinamiento serán claves en las próximas semanas para convencer a López Obrador de tener que poner un paquete de recursos mayor contra la crisis y convencer a todos de que las peores consecuencias sobrevendrán de la desunión, falta de acuerdos y consensos que requiere un gobierno de salvación nacional.