Una estrella ha nacido.
En el ya lejano 2009, cuando gobernaba el “usurpador” Felipe Calderón, el doctor Hugo López Gatell fue echado de mala manera del cuarto de guerra en Los Pinos para combatir el virus de la influenza “porcina” porque sus datos de la pandemia eran confusos, se hacía bolas con sus metodologías, tanto que su pronóstico era que aquel virus acabaría con todos.
Estaba lejos de ser la estrella de hoy. Se concretaba a acompañar a su jefe de entonces, el subsecretario Mauricio Hernández que tampoco fue convocado más al “cuarto de guerra” que sesionaba entre tres y cuatro de la mañana, antes de la reunión con el Presidente Calderón.
Pero a la edad de 11 años, la vida cambia.
Es posible que en una década mejoró sus conocimientos o simplemente supo explotar a su favor que los calderonistas lo defenestraran en 2009, y que por ello López Obrador le encargó el manejo de lo que podría llegar a ser el parteaguas de su gobierno.
Lo que sea, lo cierto es que hoy es el funcionario consentido del Presidente López Obrador, al que incluso esta mañana le dedicó una de aquellas consignas de sus tiempos de activista.
“Lo apoyamos! Lo apoyamos!” coreo el mandatario en la conferencia mañanera después de escuchar algunas preguntas sobre confusiones provocadas por López Gatell en su conferencia de la noche anterior.
El subsecretario de Salud gozaba cada una de las palabras presidenciales. Lo delataba la cámara de televisión de Jesús Ramírez Cuevas que se solazaba mostrándolo a los millones de seguidores del Presidente experimentando una especie de eyaculación de endorfina, serofonina, dopamina y oxitocina, las sustancias del llamado cuarteto de la felicidad.
Pero si una década puede cambiar a las personas, cuatro meses de exposición diaria –en ocasiones hasta en dos programas oficiales del gobierno federal, el suyo y el del Presidente y las entrevistas exclusivas que da a medios de comunicación–, han terminado por hacer mella en su ego.
Ha dejado de ser aquel científico sin ínfulas reconocido por sus amigos de antaño y compañeros de carrera para convertirse en una especie de rock star que ya disputa la celebridad inclusive al Presidente.
En el pasado reciente, apenas semanas atrás, aceptaba críticas, correcciones, no se cansaba de repetir conceptos y agradecía la repetición de preguntas; hoy manifiesta su molestia con preguntas “tardías”, los cuestionamientos de sus números por reporteros o comentaristas que no son expertos en matemáticas o en estadísticas de salud, y eyacula cuando López Obrador lo defiende, muy en especial del periódico Reforma. Sabe que la cámara lo enfoca y luce su espléndida dentadura para que la nación lo perciba feliz de ser el objeto de la adoración presidencial.
No hay duda, si algo positivo nos deja la pandemia será el surgimiento de una nueva estrella en el firmamento de la Cuarta Transformación que en las últimas semanas se ha afanado por difundir el pedigrí revolucionario y republicano de su entorno familiar.
Su crecimiento político es tal que compite ya a las jóvenes luminarias como Luis María Alcalde y Zoé Robledo, la reserva de López Obrador por si Claudia Sheinibaum, Ricardo Monreal y Mario Delgado se le gastan en el camino, o si Marcelo Ebrard sucumbe ante loas cuartotransformadores que no lo consideran su correligionario.
Todo dependerá de que en esta ocasión no se haga bolas con sus metodologías, como en 2009, cuando el calderonismo lo marginó de la guerra contra la pandemia.