El 1 de noviembre de 1894, Nicolás II sucedió a su padre como zar de Rusia. Sería el último de los Romanov, la dinastía que llevó las riendas de uno de los mayores imperios del mundo durante tres siglos, pero que, a finales del siglo XIX. Si bien la mayoría de los países europeos habían seguido la burocracia de la democracia, Rusia permaneció arraigada en el Antiguo Régimen, como lo demuestra el propio título del soberano, «Emperador y Autócrata de Todos los Países». Rusia. «
La inflexibilidad ante los cambios, su falta de experiencia y su inseguridad fueron las razones del fracaso de Nicolás II como zar.
El último zar buscó olvidar la época en la que había vivido y adoptar el estilo de gobernante autocrático, papel para el que tampoco estaba preparado. Su inflexibilidad ante el cambio combinada con su falta de alegría e inseguridad, un cóctel que provocó su caída y se llevó consigo todo un imperio.
Nicolás ascendió prematuramente al trono a la edad de 26 años tras la muerte imprevista de su padre, el zar Alejandro III, a causa de una enfermedad. Debido a su juventud, tenía poca educación como líder y, a pesar de su cultura, tenía poca sabiduría de la verdad de su propio país y poca habilidad en la diplomacia exterior, que él mismo admitió: «No estoy en condiciones de ser zar. Nunca busqué serlo». No sé nada sobre el arte de gobernar, ni siquiera sé cómo comunicarme con los ministros».
Nicolás II afirmó lo siguiente: «No estoy en condiciones de ser zar, nunca quise serlo. No sé nada sobre el arte de gobernar, ni siquiera sé cómo comunicarme con los ministros».
Esta falta de confianza fue su perdición, ya que simplemente no podía oponerse públicamente a sus ministros, creyendo que tenían más experiencia. Esto lo llevó a dejar las cosas en manos de otros y a dejarse manipular suavemente a través de líderes extranjeros, como El emperador alemán Guillermo II, quien lo convenció de tomar la desastrosa medida de ir a la guerra con Japón en un intento de reafirmar su fuerza como fuerza líder en Asia. La guerra fue un fracaso para Rusia; Su prestigio se vio muy afectado y el descontento de la población provocó una oleada de revueltas hacia 1905.
Un hombre en concreto tuvo una influencia fatal en los asuntos gubernamentales: Grigory Rasputin, un místico en quien su esposa confiaba ciegamente. La zarina Alejandra lo convirtió en mensajero de Dios y no dudó en transmitir su recomendación a su marido, quien la disfrutó profundamente y respondió. a todas sus peticiones. La creciente influencia de Rasputín sobre la pareja imperial despertó el odio de nobles y ministros, quienes finalmente lo asesinaron el 30 de diciembre de 1916.
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Rasputín había llegado a la corte imperial en 1905, el mismo año en que Rusia vivía una ola de malestar revolucionario por la falta de derechos políticos y las deficientes condiciones de vida de campesinos y trabajadores, que se habían agravado con la derrota en el conflicto ruso-japonés. El zar, a quien sus tutores habían inculcado su ley autocrática, tuvo que ceder y permitir algunas reformas democráticas, la más importante de las cuales era la creación de una asamblea legislativa, la Duma.
Sin embargo, ante los primeros intentos de ejercitar el poder real, Nicolás II reaccionó disolviendo la reunión y persiguiendo a los parlamentarios más críticos con él. Las dos primeras cortes, con una importante presencia de socialistas, tuvieron una vida muy corta, mientras que en la última hubo caos debido a los movimientos del zar en la Primera Guerra Mundial: la resolución de ponerse al frente del ejército y dejar el gobierno en manos de la zarina Alejandra, absolutamente bajo la influencia de Rasputín.
El zar Nicolás II con su familia, de izquierda a derecha: Olga, la primogénita; María, la tercera hija; la zarina Alejandra; Anastasia, la cuarta hija; Alexei, el hijo menor y heredero; y Tatiana, la segunda hija.
El zar no entendió en el asesinato del «monje loco», como lo llamó Rasputín, la inminente advertencia de su propia muerte. El maravilloso descontento de los parlamentarios hacia él y su esposa, así como las derrotas militares de Rusia, llevaron hasta la Revolución de febrero de 1917. Las protestas contra las deficientes condiciones de vida de una parte gigante de la población, molesta por la guerra, obligaron a la Duma a nombrar un gobierno provisional encabezado por Alexander Kerensky, un revolucionario moderado del que se esperaba que pudiera quedarse. bajo control.
Nicolás II, inquebrantable en su confianza en su derecho innato a gobernar, había ignorado la gravedad de la crisis hasta el último momento. Al principio, pensó que podría salvar la dinastía abdicando en favor de su hijo Alexei, pero el alcance de el descontento con su círculo familiar y la deficiente idoneidad del heredero le impidieron hacerlo. El 2 de marzo renunció a sus derechos y a los de la dinastía, poniendo así fin a 3 siglos de historia Romanov.
«Los soviéticos necesitan mi cabeza, y luego vendrán a buscarte a ti y a tu familia. Esta advertencia de Kerensky a la familia Romanov, que temporalmente se hizo realidad.
El emperador, depuesto y arrestado por los revolucionarios, aún albergaba esperanzas de una vida cómoda en el exilio. El rey inglés Jorge V, primo del zar, había brindado hospitalidad al círculo de parientes de su país; Kerensky apoyó esta opción, pero el Sóviet de Petrogrado se opuso, y la tensión política en Europa llevó a sus aliados a olvidarse uno tras otro de los programas de asilo. Temiendo por la protección del círculo imperial de parientes, Kerensky los envió a Tobolsk, la capital de Siberia occidental. Antes de partir, les hizo una advertencia clara: «Los soviéticos necesitan mi cabeza, y luego vendrán por usted y su círculo de familiares. »
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Aunque al principio el círculo imperial de parientes disfrutó de cierta libertad en Tobolsk, la cautela de Kerensky pronto se hizo realidad. En octubre del mismo año, los bolcheviques tomaron el poder y el Gobierno Provisional huyó al extranjero, desperdiciando el único salvavidas de los Romanov. León Trotsky buscó después de trasladarlos a Moscú para un juicio público, pero otros sectores más radicales no estarían contentos con eso.
Se organizó un nuevo traslado, esta vez a Ekaterimburgo, hasta que pudieran ser transportados sanos y salvos a Moscú. Pero el estallido de la guerra civil en Rusia hizo temer la liberación del zar y, con ella, una contrarrevolución a gran escala contra los bolcheviques. gobierno. Así, el 16 de julio de 1918, el gobierno comunista tomó una decisión definitiva: ejecutar a los Romanov inmediatamente.
Esa misma mañana, el oficial Yakov Yurovsky despertó al zar Nicolás, a su esposa Alexandra, al zarevich Alexei y a sus 4 hijas: Olga, Tatiana, María y Anastasia. Los llevó al sótano del espacio donde estaban detenidos, les informó de la Orden de ejecución y sin demora dio la orden de abrir fuego. En cuestión de minutos, todo el círculo de familiares fue asesinado a balazos y bayonetas, tras lo cual sus cuerpos fueron llevados al bosque y quemados.
El hecho de que los cuerpos fueran eliminados en secreto dio lugar a varias teorías de conspiración durante las siguientes décadas de que algunos de los jóvenes sobrevivieron. En 1979, los cuerpos fueron descubiertos a través de Alexander Avdonin, un arqueólogo aficionado; pero faltaba una: la de una de las hijas, probablemente la más joven, Anastasia. Por eso, a lo largo de los años, han ido apareciendo diversas mujeres que afirman ser las últimas supervivientes de los Romanov. Recién en 2007 se descubrieron los restos de estos últimos fueron conocidos y la historia de una dinastía mítica quedó definitivamente cerrada.
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