La presidenta del Gobierno es transparente sobre la hoja de ruta a seguir para llegar sin recelos a las elecciones parlamentarias. Su manual de resistencia específico lo desveló la semana pasada con unas breves palabras sobre las polémicas que azotan a Irene Montero, por la «ley del sí es que sí”. Pedro Sánchez se desmarcó de las polémicas, incluso poniendo la tierra de por medio, y acabó descargando en los ministros el deber por los fiascos de su gobierno, asándolos, para no quemarlos.
Los episodios siguieron una especie de esquema ingeniosamente diseñado en el ala oeste de la Moncloa con el único objetivo de que Sánchez saliera ileso de todos los avisperos en los que está inmerso el ejecutivo por sus propias decisiones.
De hecho, no sólo Irene Montero se sitúa sola en este caso, sin tener el pleno del presidente, más allá de asegurar que para sustituir o no la norma habrá que esperar al Tribunal Supremo, sino que también la ministra de Estado Interior, Fernando Grande-Marlaska, tendrá que enfrentarse a la oposición ya sus propios compañeros por los incidentes del salto de la valla en Melilla el pasado verano.
No es la primera vez que se cuestiona a Marlaska, esta vez la cuerda se tensa. La ministra del Interior tomó por primera vez el puesto de trabajo con la depuración de puestos de la Guardia Civil. El caso del coronel Diego Pérez de los Cobos, con un impecable Su carrera, y apuntada a través de Marlaska como jefe de la comandancia de la Guardia Civil en Madrid, era sólo el principio.
Aproximaciones de los etarras al País Vasco; la falta de sensibilidad hacia las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, que mantiene con salarios precarios; o espiar al independentismo, son solo algunos de los escándalos que han rodeado a la ministra del Interior, y sin embargo Sánchez lo mantiene, porque es un escudo frente a las críticas.
Del mismo modo, la ministra de Presidencia ha sido el parapeto de Sánchez a la hora de hacer frente a los desórdenes que plantea la falta de renovación del CGPJ. Félix Bolaños es el «portavoz» de Moncloa a la hora de desacreditar al PP por no a falta de entrar en el juego sanchista de controlar cada vez más la justicia, al mismo tiempo que también es él quien dirige todo como el avispero independentista. Otro moreno esquivó al presidente.
Así, también se refugió en sus cancilleres para salvar los muebles ante los escándalos que protagonizó su gobierno en relación con Marruecos. Arancha González Laya la víctima obligatoria, la cabeza que hubo que cortar para triunfar tras el » Asunto Ghali» y a Sánchez no le tembló el pulso al hacerlo.
La ministra y funcionarios de su ramo incluso tuvieron que declarar en juicio al respecto, hasta que José Manuel Albares, uno de los asesores de Sánchez, el mismo que posó junto a él en el Falcón en esta señalada fotografía, llegó a chequear para reconducir las relaciones con Rabat. Y lo hizo, no sin antes enmendar casi parte de un siglo de política exterior sobre el Sáhara, y fue el propio ministro quien tuvo que dar la cara, al igual que hizo Margarita Robles por espiar al CNI.
José Luis Escrivá y su reforma de las pensiones también han sido víctimas de la estrategia presidencial. La ministra de Seguridad Social se ha visto sumida en innumerables polémicas para salir a explicar que el Gobierno se ha comprometido en Bruselas a construir la era del cómputo de las pensiones, que puede que sólo signifique de hecho un alivio en su cuantía. Sánchez, más allá de decir que las pensiones no bajarán, permitió que su ministro desfilara en los medios para que fuera quien llevara el caso, incluso enfrentándolo a sus socios de coalición.
Y es que Sánchez no duda en quemar a todos los miembros de su Consejo de Ministros si fuera necesario. Incluso sus máximos fieles escuderos fueron víctimas del pergamino sanchista. José Luis Ábalos, Carmen Calvo y hasta el omnipotente gurú de Moncloa, Iván Redondo, cayeron como peones en un tablero de ajedrez para salvar al rey.
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