Historia de la moda en Costa Rica: un guardarropa de más de 500 años

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La capa de armiño rosa, el abanico de ébano pintado a mano, el pequeño corsé de seda apolillada, los guantes de cabritilla, el precioso vestido plateado de Chanel, el polizón remendado color vino, la enagua verde importada de México y la seda, raso y zapatos que recorrían Costa Rica a finales del siglo XIX.

Estas prendas son sólo algunas de las que se conservan como recuerdo de las tendencias y estilos globales que no han dado respiro a este pequeño país centroamericano. Nos muestran un aspecto de la historia aún poco documentado para nuestra sociedad y nuestra cultura.

Pero ¿por qué es tan importante la ropa? Lucía Arce, historiadora del Teatro Nacional, explica que si bien este factor se considera «superficial», lo cierto es que es la clave para crear una identidad. Un ejemplo es la influencia europea tras la independencia en 1821.

El deseo de “crear una nación” se alimenta a través de otros elementos y uno de ellos la forma de vestir. “La moda es un mecanismo regulador, que se basa en criterios subjetivos y colectivos, pero que desempeña un papel básico”, explica el historiador.

De igual forma, María Rosa Noda, en su libro Nueva Moda, precisa que la moda responde directamente al contexto en el que se desarrolla. Son los precedentes antiguos, los acontecimientos políticos, los cambios sociales, la situación económica, los avances tecnológicos y las corrientes artísticas las que van a generar reemplazar a la moda.

Es exactamente por esta razón que hacer una excursión de moda en Costa Rica no es un tema fantasioso o superficial. La forma en que nos vestimos en el más allá nos sirve como espejo para percibir el país en el que vivimos y quiénes somos.

El chasquido de los fustanes

Se dice que en la época de la Colonia, a la hora de misa, sólo se podía escuchar el maldito de los fustanes, es decir, el sonido de la tela arrastrándose por el suelo de la iglesia.

Los españoles gobernaron toda la región e impusieron la doctrina católica en el pequeño y deficiente territorio de Costa Rica, por lo que visten de forma conservadora.

Las mujeres vestían innegables mantas o camisolas de algodón con pequeños pliegues en la parte delantera, algunas con volantes y mangas cortas o largas. El cuello cerrado y decorado con una cinta negra con un relicario si era soltera o un crucifijo si estaba casada. La blusa sobresalía del enagua larga, que lucía con maravilloso volumen, recibida con más de dos futanes de algodón. Las mujeres de mayor prestigio económico usaban enaguas de tafetán y sus futanes tenían una raya bordada en la parte inferior.

Los zapatos no eran un accesorio inusual, pero el plumero, una cuerda de pelo de camello cosida al dobladillo de la enagua, era responsable de proteger la prenda de la suciedad y el polvo.

“El plumero que llevaba dentro del vestido, era el que arrastraba toda la suciedad por donde pasaban las chicas. Es una cuerda mullida que no se nota, gruesa y peluda, como si vieras un cepillo colocado en la espalda del vestido”, explica José María “Milo” Junco, historiador.

Cuando las mujeres realizaban las tareas familiares, si no tenían a mano un delantal de algodón, se envolvían con la enagua un fustán hasta la cintura para ensuciarse. Durante las actividades sociales y devotas no puede faltar la mantilla o velo bordado a mano. Algunas mujeres menos ricas llevaban el chal (similar a una bufanda) en crepé de seda en tonos blancos, grises o negros.

En la vestimenta los colores más habituales fueron: blanco, negro, azul, marfil, verde oliva y para los jóvenes y niños: blanco, rosa, lila y azul claro, con una maravillosa influencia española.

En aquella época se importaban cantidades gigantescas de piezas de tejido de hilo grueso, de más de 10 metros, desde Jamaica, la Gran Colombia y España.

“Las mujeres de Cartago y Heredia se caracterizan por su buen gusto. A finales de 1700, importando ropa de París, mujeres como Anacleto Arnesto Fajardo de Mayorga y Cecilia Castillo eran mujeres muy ricas que enviaban ropa confeccionada por barco. Llegaron en baúles”, dice Junco. También se empezaron a importar tejidos de seda y brocados de Portugal, encajes de Francia, cintas y lazos de seda.

Afortunadamente para las damas, aunque algunos vestidos tenían compatibilidad con ellos, como veían en las figurillas parisinas llamadas «La Samaritaine», las primeras costureras del país los cosieron y los adaptaron a sus necesidades. Los botones fueron uno de los maravillosos avances de la moda. Realizados en madera, hueso, marfil y metal, se recubrían primero con algodón y luego con seda. Se utilizaron como decoración, pero también para actualizar la táctica clásica de atar vestidos, en combinación con cordones de la empresa.

«Se dice que en un baile en Cartago, la cuerda de una niña llamada Rovira se rompió y mostró partes que una niña no muestra. Inmediatamente, un sacerdote tomó su abrigo, se lo puso y le dijo «vete a casa con decencia». Él la envió a ella y a algunos trabajadores a la casa», describe el historiador Milo Junco.

En las máximas actividades vitales se utilizaban complementos como guantes de cabrito (vientre de ternera recién nacido, piel muy fina y sensible), peinetas de carey y nácar o joyas de filigrana, importadas de México y Guatemala. pantalones con doble pliegue al frente y chaquetas que no sobrepasaban el muslo. El sombrero era el detalle necesario y los campesinos incluso lo utilizaban en sus tareas cotidianas, de ahí surgió el chonete. Los más humildes vestían indiscutiblemente pantalones confeccionados en telas gruesas.

Fue vistiendo así, más justo que otra cosa, que triunfó la noticia de la Independencia en 1821. Una noticia que Costa Rica no esperaba y por la que no había luchado. Esta noticia lo reemplazaría todo.

Una crinolina para el de una nación.

Ver a Juana del Castillo y Palacios, esposa de Juan Mora Fernández y Pacifica Fernández, esposa de José María Castro Madriz, es como ver París en Costa Rica.

Estos destacados vestían al estilo francés, imitando las tendencias de la moda de Europa mientras que el pequeño estado de Costa Rica imitaba las tendencias políticas de esa misma región.

“Los demás habitantes de la colonia no se sentían costarricenses, se sentían josefinos, cartagineses, alajuelenses. . . eran esos localismos fuertes los más importantes. Es obligatorio crear una Nación, una imaginación, una construcción intelectual”, explica Lucía Arce.

Para ello, además de consolidar la fórmula política y las actividades económicas que la sustentaban, las familias más adineradas debían vestirse a la moda europea, siguiendo una estricta etiqueta social.

Prevaleció la estética, incluso por encima de la funcionalidad. Predominaban las enaguas grandes, cuyo largo se recibía a través del vestido con una crinolina. La crinolina es una estructura, similar a una tienda de campaña, que se coloca debajo de la enagua para agrandarla. Puede ser simplemente de acero o de ballena, que es más cara porque encendedor.

Generalmente las mujeres usaban dos prendas, la enagua y la blusa. Este último era de manga larga y se colocaba sobre la estructura más sensata de alguna otra estructura: el corsé. Esto aseguraba una cintura explicada y un pecho elevado. Tanto calor, peso y «tira y afloja» eran obligatorios para mostrar el punto económico del marido y estar a la altura de las figuritas que llegaban del otro lado del Atlántico.

En el mismo espíritu, las mujeres costarricenses reponían su dinero en efectivo varias veces al día. No es apropiado usar la misma ropa en casa que en una fiesta de baile o evento social.

«En la época árabe, que fue el auge del café en Costa Rica, había mucho lujo en la ropa. Incluso otras personas de clase media vestían bien, no con el lujo del ‘jefe de Estado’, pero vestían bien», Junco explica.

El cabello estaba suntuosamente peinado. Los sacacorchos eran muy populares. Para hacerlos, había que dormir con los mechones de pelo enrollados alrededor de un trozo de tela y al día siguiente, después de soltar el pelo, remojar los mejores colochos en champagne o algún otro licor, para que quedaran muy bien arreglados el día. Formación

La guerra de 1856 posiblemente habría quitado algo de elegancia a las mujeres de la época, pues muchas donaron sus joyas para colaborar en la campaña. Fue después de esto que se retomaría el «sentimiento costarricense» y se iniciaría la «asamblea europea». Vuelve a la pequeña Costa Rica.

Ve al Teatro Nacional, es mayor con el ruido.

El 21 de octubre de 1897, la inauguración del Teatro Nacional invitó a todos los participantes a lucir sus más productivas vestimentas. Vestidos importados de Europa, peinetas de carey, bolsos de plata bordados y entusiastas de ébano pintados a mano impresionaron el día de la inauguración de la Ópera Fausto.

«A finales del siglo XIX el Estado se consolida, pero quiere unirse y expandirse como las ciudades europeas, quiere cultura», añade Lucía Arce.

Aunque todo parecía brillar esa velada, se dice que el Volio de Cartago y el Montealegre habían recibido un palco exclusivo para ser parte de este momento histórico. Sin embargo, el volumen de sus vestidos no les permitía entrar en la caja. Hubo que traer sillas y abrir el área para que las niñas pudieran estar justo al frente y los caballeros atrás.

En aquella época (finales del siglo XIX) la mentalidad estética se mantenía y a pesar del malestar del momento, las hermanas Volio y los Montealegres parecieron mantenerse en la tendencia. De la parte trasera de su enagua surgía un bulto que se ataba a la cintura y que, junto con el corsé, les ayudaba a lucir una cintura mucho más pequeña. Este diseño se llama agitación.

“Las mujeres lucían divinas caminando con sus vestidos y sombrillas en Central Park. Llevaban sus bolsitos y dentro un pañuelo, perfume y colorete. La que no se sonrojaba tenía que pellizcarse las mejillas”, explica Milo Junco.

Además, adornaban su cabello con un suntuoso sombrero cargado de plumas de animales que no pertenecían a la fauna nacional. Si bien su ropa interior era larga, de seda finísima con volantes que llegaban hasta los tobillos, el chal el máximo utilizado Accesorio de las clases sociales altas y bajas, eran bordados y sus tallas variaban según las funciones de las mujeres de la época.

Los hombres no se quedaron atrás. Iban bien vestidos con chaleco de cilicio y chaleco de lana para los días de lluvia. Los más ricos lucían sus más sensatos sombreros, guantes, el bastón con empuñadura de plata y el reloj de cadena, que llevaba su nombre.

Este lujo recibe un nuevo siglo, que da paso a ajustes en el pensamiento, en las tácticas de ser, pero en este caso mucho más autónomos que empiezan a ver la moda en un estado funcional.

Empoderado: rompiendo el corsé

Los primeros años del nuevo siglo lograron abandonar las complejas estructuras utilizadas debajo de las faldas, añadiendo ligereza a los trajes. Aunque el corsé siguió utilizándose a principios del siglo XX, pronto sucumbiría a favor de una población más empoderada que deseaba menos complicaciones.

Nuestro país no disfrutó de los efectos de la Primera Guerra Mundial, que se desarrolló entre 1914 y 1918, pero en Europa este acontecimiento tuvo un profundo impacto en la moda. Se esperaba que las mujeres «se pusieran los pantalones» en ausencia de los hombres y fueran parte de la fuerza laboral. La nueva participación de las mujeres animó a los diseñadores de moda.

Gabrielle “Coco” Chanel en París empezó a romper con los máximos cánones clásicos de la indumentaria femenina. Liberó a las mujeres de incómodos corsés y vestidos. Diseñó pantalones, faldas cómodas, una chaqueta de tweed y el vestidito negro, imprescindible en el armario.

“Una mayor inserción de las mujeres en los empleos genera un relevo en la fórmula y ajustes más inmediatos, ajustes en los valores y el pensamiento social. Sin embargo, hay una transición porque tendrá que producirse un cambio de mentalidad. La evidencia es que los pantalones se usaban incluso en los años 50 en Costa Rica”, explica Arce.

En San José, frente a Soda Garza en la Avenida Central, una tienda presentaba todo lo necesario para confeccionar un traje elegante. Las figuritas, las telas, los botones y otros accesorios podían comprarse ahí, para luego llevarlos a alguna costurera de renombre: los Campos de Heredia. , las Balmaceda, las Gamboa o bien a donde Leila Guardia o Teresa Barrionuevo que tenían talleres con muchachas que trabajaban para ellas.

Los años 20 fueron los años de la “Era del Jazz” y del derecho al voto de las mujeres. En nuestro país, Ángela Acuña Braun fundó en 1923 la Liga Feminista, movimiento que luchó por el voto, aunque recién lo obtuvo en 1949. Época de muchos cambios, añadiendo ropa.

En todo el mundo, las mujeres usan vestidos hasta la rodilla, medias cosidas, cabello corto y labios pintados. También tacones altos y plataformas. Aquí en Costa Rica, los espectáculos de belleza del Teatro Nacional son el mejor lugar para mostrar las influencias que ahora llegan desde Europa y Estados Unidos.

Aunque la década de 1930 es la más productiva y conocida por la Gran Depresión, en Costa Rica esta década será recordada como la década en la que se usaban pieles suntuosas. El armiño, el astarkan, el zorro siberiano e incluso el conejo llenaron los armarios de las mujeres más ricas. Estas son las prendas más productivas para complementar vestidos con un diseño indiscutible y funcional. Debajo de la ropa, sobre la ropa interior, se usará el traje. En 1940, en Costa Rica, el corsé fue abandonado por completo. allanando el camino para una nueva era influenciada por la Segunda Guerra Mundial que cada vez se acerca más.

El triunfo de las barras y estrellas

El rock and roll y el jazz hicieron bailar a los estadounidenses después de la Segunda Guerra Mundial en 1945. Durante la primera parte del siglo XX, la influencia en la vestimenta costarricense llegó desde el país del norte, que tenía hegemonía en el mundo. Europa, una ruptura después de seis años de conflicto.

Aunque Chanel liberó a las mujeres de las molestias a principios del siglo XX, los pantalones sí llegaron a Costa Rica hasta después de la Segunda Guerra Mundial. “Debido a la presencia de elementos profundamente devotos en la sociedad costarricense, las mujeres solo usaron pantalones a partir de 1950”, explica el historiador del Teatro Nacional.

Digna Redondo, costarricense que fue a estudiar moda a Europa y se comprometió a abrir el programa de costura en el Instituto Nacional de Aprendizaje (INA), afirmó que las costarricenses no tienen nada que envidiar a las europeas, por los pantalones. No el de mezclilla, eran los pantalones de vestir con ojal en el frente.

Junto a esta prenda, el guardarropa de las mujeres costarricenses incluía trajes adaptados, enaguas amplias y vaporosas, vestidos lisos hasta las rodillas y suéteres que llevaban sobre los hombros.

Con esto, la moda empieza a evolucionar más rápido y cada década supone un nuevo cambio. Una nueva forma de vestir y hacerse notar en la sociedad.

En 1960, la influencia hippie y los jeans comenzaron a sentirse en Costa Rica. Los universitarios en un sentimiento de irreverencia se pueden observar con el cabello liso, suelto y descendiendo hacia el centro, camisetas blancas holgadas sin mangas y enaguas largas. Algunos vestían pantalones de campana. y zapatos de plataforma.

«Los hippies llegaron al mismo tiempo que a Estados Unidos y heredaron esas joyas paganas y los estampados en las telas», dice Milo Junco.

Para las décadas de los 60 y 70, el cine se convirtió en un referente en cuanto a vestir. La película Grease o Grease es un espejo de lo que se notaba en el medio plató. Muchas mujeres vestían enaguas largas, otras vestían pantalones completamente entallados o de cuero y tacones bajos. zapatos.

En los años 80, el color, las hombreras, el cabello con masas voluminosas y los copetes repletos de laca comenzaron a adornar la portada de la revista Perfil. Por supuesto, no podía faltar esta tendencia de gimnasio en la que vestir con vincha con pantalones muy ajustados y tenis es lo máximo «in» del momento.

A finales del siglo XX, los vaqueros de cintura alta, las blusas cortas, preferentemente los zapatos blancos y las chaquetas vaqueras se apoderaron en gran medida de la moda.

De las pasarelas a las tiendas

En este siglo XXI, se presta más atención a lo que los diseñadores famosos y las marcas de lujo ofrecen en cada temporada. Aunque no son 4 temporadas en Costa Rica, los modelos siguen siendo admirados con piezas que pueden ser utilizadas en el país. Las revistas de moda se convierten en figuras de la época, las fotografías de alta calidad rara vez nos retrotraen al pasado o nos trasladan al futuro con prendas diferentes.

«El cambio (en la moda) es regularmente cíclico, con movimientos pendulares. A las faldas largas les siguen faldas más cortas, para volver a ser más largas. Las charreteras se utilizan, ya no se utilizan, vuelven a estar de moda, sin embargo, casi han desaparecido » sin dejar rastro», por razones. En aquella época, cualquier sacrificio para «estar a la moda» se consideraba algo inteligente.

Con el paso de los años, se pueden adoptar ciertas características de carácter, pero las molestias tienden a no reaparecer. Los cuellos altos que reinaron durante varias décadas en el pasado siglo XIX y principios del XX, sostenidos mediante armazones de cuerda o delgadas estancias, han tenido su momento de regreso, pero como una alternativa más, y sin las molestias del pasado”, dice el libro Nueva Mode. a través de María Rosa Noda.

Si bien Costa Rica es un país pequeño de Centroamérica, sigue estando de moda y además de lucir lo que se presenta fuera de nuestras fronteras, pintamos para dar a conocer una industria latente a nivel económico y cultural. Así es como Niña de más de 500 años escribe su historia política, social y cultural a través de las prendas de su armario.

Producción Laura Castillo / Infografía a través de Daniel MoraFuentes: Lucía Arce, historiadora del Teatro Nacional / José María «Milo» Junco, historiador.

Libros: El vestir habla a través de Nicola Squicciarino / Representaciones de la moda Designis e identidad de la editorial gedisa / Una nueva moda a través de María Rosa Noda / Fashion Lady a través de Eva María Reschreiter de Trujillo.

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La capa de armiño rosa, el abanico de ébano pintado a mano, el pequeño corsé de seda apolillada, los guantes de cabritilla, el precioso vestido plateado de Chanel, el polizón remendado color vino, la enagua verde importada de México y la seda, raso y zapatos que recorrían Costa Rica a finales del siglo XIX.

Estas prendas son sólo algunas de las que se conservan como recordatorio de las tendencias y estilos globales que no han dado respiro a este pequeño país centroamericano. Nos muestran una cara de la historia aún poco documentada para nuestra sociedad y nuestra cultura. .

Pero ¿por qué es tan importante la ropa? Lucía Arce, historiadora del Teatro Nacional, explica que si bien este factor se considera «superficial», lo cierto es que es la clave para crear una identidad. Un ejemplo es la influencia europea tras la independencia en 1821.

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El deseo de “crear una nación” se alimenta a través de otros elementos y uno de ellos la forma de vestir.   “La moda es un mecanismo regulador, que se basa en criterios subjetivos y colectivos, pero que desempeña un papel básico”, explica el historiador.

De igual forma, María Rosa Noda, en su libro Nueva Moda, precisa que la moda responde directamente al contexto en el que se desarrolla. Son los precedentes antiguos, los acontecimientos políticos, los cambios sociales, la situación económica, los avances tecnológicos y las corrientes artísticas las que van a generar reemplazar a la moda.

Es precisamente por esta razón que hacer una excursión de moda en Costa Rica no es un tema efectista o superficial. La forma en que nos vestimos en el más allá nos sirve de espejo para percibir el país en el que vivimos y quiénes somosArray

El chasquido de los fustanes

Se dice que en la colonia, a la hora de misa, solo se escuchaba el restallar de los látigos, era el sonido de la sábana arrastrándose por el suelo de la iglesia.

Los españoles gobernaron toda la región e impusieron la doctrina católica en el pequeño y deficiente territorio de Costa Rica, por lo que visten de forma conservadora.

Las mujeres vestían innegables mantas o camisolas de algodón con pequeños pliegues en la parte delantera, algunas con volantes y mangas cortas o largas. El cuello cerrado y decorado con una cinta negra con un relicario si era soltera o un crucifijo si estaba casada. La blusa sobresalía del enagua larga, que lucía con maravilloso volumen, recibida con más de dos futanes de algodón. Las mujeres de mayor prestigio económico usaban enaguas de tafetán y sus futanes tenían una raya bordada en la parte inferior.

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Los zapatos no eran un accesorio inusual, pero el plumero, una cuerda de pelo de camello cosida al dobladillo de la enagua, era responsable de proteger la prenda de la suciedad y el polvo.

«El plumero que llevaba dentro del vestido, es el que arrastraba toda la suciedad por donde iban las chicas. Es una cuerda mullida que no se nota, es gruesa y peluda, como si se viera un cepillo colocado en la parte trasera del vestido. ”, explica José María “Milo” Junco, historiador.

Cuando las mujeres realizaban las tareas familiares, si no tenían a mano un delantal de algodón, se envolvían con la enagua un fustán hasta la cintura para ensuciarse. Durante las actividades sociales y devotas no puede faltar la mantilla o velo bordado a mano. Algunas mujeres menos ricas llevaban el chal (similar a una bufanda) en crepé de seda en tonos blancos, grises o negros.

En la vestimenta los colores más habituales fueron: blanco, negro, azul, marfil, verde oliva y para los jóvenes y niños: blanco, rosa, lila y azul claro, con una maravillosa influencia española.

En aquella época se importaban cantidades gigantescas de tela de no más de 10 metros de espesor desde Jamaica, la Gran Colombia y España.

«Las mujeres de Cartago y Heredia se caracterizan por su buen gusto. A finales de 1700 se importaban prendas de París, mujeres como Anacleto Arnesto Fajardo de Mayorga y Cecilia Castillo eran mujeres muy ricas que enviaban prendas confeccionadas por barco. Llegaron en baúles», dice Junco. También se empezaron a importar telas de seda y brocados de Portugal, encajes de Francia, cintas y listones de seda.

Afortunadamente para las damas, aunque algunos vestidos tenían compatibilidad con ellos, como veían en las figurillas parisinas llamadas «La Samaritaine», las primeras costureras del país los cosieron y los adaptaron a sus necesidades. Los botones fueron uno de los maravillosos avances de la moda. Realizados en madera, hueso, marfil y metal, se recubrían primero con algodón y luego con seda. Se utilizaron como decoración, pero también para actualizar la táctica clásica de atar vestidos, en combinación con cordones de la empresa.

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«Se dice que en un baile en Cartago, la cuerda de una niña llamada Rovira se rompió y mostró partes que una niña no muestra. Inmediatamente, un sacerdote tomó su abrigo, se lo puso y le dijo «vete a casa con decencia». Él la envió a ella y a algunos trabajadores a la casa», describe el historiador Milo Junco.

En las máximas actividades vitales se utilizaban complementos como guantes de cabrito (vientre de ternera recién nacido, piel muy fina y sensible), peinetas de carey y nácar o joyas de filigrana, importadas de México y Guatemala. pantalones con doble pliegue al frente y chaquetas que no sobrepasaban el muslo. El sombrero era el detalle necesario y los campesinos incluso lo utilizaban en sus tareas cotidianas, de ahí surgió el chonete. Los más humildes vestían indiscutiblemente pantalones confeccionados en telas gruesas.

Fue vistiendo así, más justo que otra cosa, que triunfó la noticia de la Independencia en 1821. Una noticia que Costa Rica no esperaba y por la que no había luchado. Esta noticia lo reemplazaría todo.

Una crinolina para el de una nación.

Ver a Juana del Castillo y Palacios, esposa de Juan Mora Fernández y Pacifica Fernández, esposa de José María Castro Madriz, es como ver París en Costa Rica.

Estos destacados vestían al estilo francés, imitando las tendencias de la moda de Europa mientras que el pequeño estado de Costa Rica imitaba las tendencias políticas de esa misma región.

«Los demás habitantes de la colonia no se sentían costarricenses, se sentían josefinos, cartagineses, alajuelenses. . . Eran esos localismos fuertes los más importantes. Había que crear una Nación, un mundo imaginario, una construcción intelectual, » explica Lucía Arce.

Para ello, además de consolidar la fórmula política y las actividades económicas que la sustentaban, las familias más adineradas debían vestirse a la moda europea, siguiendo una estricta etiqueta social.

La estética primaba, incluso sobre la funcionalidad. Predominaban las enaguas grandes, cuya longitud se lograba vestidas con una crinolina. La crinolina es una estructura, similar a una tienda de campaña, que se coloca debajo de la enagua para agrandarla. Puede que esté hecho simplemente de acero o de hueso de ballena, el más caro, porque es más ligero.

Generalmente las mujeres vestían dos prendas, la enagua y la blusa. Esta última era de manga larga y se colocaba encima de otra estructura: el corsé. Esto aseguraba una cintura explicada y un pecho elevado. Tanto calor, peso y «tirón» «De la guerra» eran obligatorias para mostrar el punto económico del marido y estar a la altura de las figurillas que llegaban del otro lado del Atlántico.

En el mismo espíritu, las mujeres costarricenses reponían su dinero en efectivo varias veces al día. No es apropiado usar la misma ropa en casa que en una fiesta de baile o evento social.

“En la época árabe, cuando hubo un auge cafetalero en Costa Rica, había mucho lujo en la ropa. Incluso otras personas de clase media vestían bien, no con el lujo del ‘jefe de Estado’, pero vestían bien”, explica Junco.

El cabello estaba suntuosamente arreglado. Los sacacorchos eran muy populares. Para hacerlos había que dormir con los mechones de pelo enrollados en un trozo de tela y al día siguiente, después de soltar el pelo, mojar los mejores colochos en champagne o algún otro licor, para que sigue siendo lo mejor del día. .

La guerra de 1856 posiblemente habría quitado algo de elegancia a las mujeres de la época, pues muchas donaron sus joyas para colaborar en la campaña. Fue después de esto que se retomaría el «sentimiento costarricense» y se iniciaría la «asamblea europea». Vuelve a la pequeña Costa Rica.

Ve al Teatro Nacional, es mayor con el ruido.

El 21 de octubre de 1897, la inauguración del Teatro Nacional invitó a todos los participantes a lucir sus más productivas vestimentas. Los vestidos importados de Europa, peinetas de carey, carteras de plata bordadas y entusiastas de ébano pintados a mano impresionaron el día del estreno de la Ópera Fausto.

«A finales del siglo XIX el Estado se consolida, pero quiere unirse y expandirse como las ciudades europeas, quiere cultura», añade Lucía Arce.

Si bien todo parecía brillar esa noche, se dice que el Volio de Cartago y el Montealegre habían recibido un palco exclusivo para ser parte de este momento histórico. Sin embargo, el volumen de sus vestidos no les permitió ingresar al albergue. Tuvimos que traer sillas y abrir el área para que las niñas pudieran estar justo al frente y los caballeros detrás.

En aquella época (finales del siglo XIX), la mentalidad estética se mantenía y a pesar del malestar del momento, las hermanas Volio y los Montealegres parecieron seguir la tendencia. Un bulto emergía de la parte trasera de su enagua que se ataba a la cintura. y eso, en combinación con el corsé, les ayudaba a lucir una cintura mucho más pequeña. A esta disposición la llamaban agitación.

«Las mujeres lucían divinas mientras caminaban con sus vestidos y sombrillas en Central Park. Llevaban sus bolsitos y en ellos un pañuelo, una fragancia y un rubor. El que no se sonrojó tendrá que haberse pellizcado las mejillas», dice Milo Junco.

Además, adornaban su cabello con un suntuoso sombrero cargado de plumas de animales ajenos a la fauna nacional. Aunque su ropa interior era larga, confeccionada en seda finísima con volantes que llegaban hasta los tobillos, el mantón era el accesorio máximo utilizado por las clases sociales altas y bajas, esos eran bordados y sus tallas variaban según las funciones. mujeres de la época.

Los hombres no se quedaron atrás. Iban bien vestidos con chaleco de cilicio y chaleco de lana para los días de lluvia. Los más ricos lucieron sus sombreros más sensatos, sus guantes, el bastón con empuñadura de plata y el reloj de cadena que llevaba su nombre.

Este lujo recibe un nuevo siglo, que da paso a ajustes en el pensamiento, en las tácticas de ser, pero en este caso mucho más autónomos que empiezan a ver la moda en un estado funcional.

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Empoderado: rompiendo el corsé

Los primeros años del nuevo siglo lograron abandonar las intrincadas estructuras utilizadas debajo de las faldas, añadiendo ligereza a los trajes. Aunque el corsé siguió utilizándose a principios del siglo XX, pronto sucumbiría ante una mujer más independiente y que buscaba menos complicaciones.

Nuestro país no disfrutó de los efectos de la Primera Guerra Mundial, que se desarrolló entre 1914 y 1918, pero en Europa este acontecimiento tuvo un profundo impacto en la moda. Se esperaba que las mujeres «se pusieran los pantalones» en ausencia de los hombres y fueran parte de la fuerza laboral. La nueva participación de las mujeres animó a los diseñadores de moda.

Gabrielle “Coco” Chanel en París empezó a romper con los máximos cánones clásicos de la indumentaria femenina. Liberó a las mujeres de incómodos corsés y vestidos. Diseñó pantalones, faldas cómodas, una chaqueta de tweed y el vestidito negro, imprescindible en el armario.

«Una mayor inclusión laboral genera cambios de fórmulas y ajustes más rápidos, ajustes en los valores y en el pensamiento social. Sin embargo, hay una transición porque se quiere un cambio de mentalidad. La evidencia es que los pantalones se usaban incluso en los años 50 en Costa Rica. «, dijo Arce.

En San José, frente a Soda Garza en la Avenida Central, una tienda presentaba todo lo necesario para confeccionar un traje elegante. Las figuritas, las telas, los botones y otros complementos se pueden adquirir aquí, por lo que se pueden descubrir en algunas de las piezas más populares: los Campos de Heredia, los Balmaceda, los Gamboa o incluso los de Leila Guardia o Teresa Barrionuevo que son más altos con muchos de sus diseños. para ellos.

Los años 20 fueron los de la “Era del Jazz” y el derecho de las mujeres al voto. En nuestro país, Ángela Acuña Braun fundó la Liga Feminista en 1923, movimiento que luchó por el voto, que no se concretó hasta 1949. Fue una época de muchos cambios, añadiendo vestimenta.

En todo el mundo, las mujeres usan vestidos hasta la rodilla, medias cosidas, cabello corto y labios pintados. También tacones altos y plataformas. Aquí en Costa Rica, los espectáculos de belleza del Teatro Nacional son el mejor lugar para mostrar las influencias que ahora llegan desde Europa y Estados Unidos.

Aunque la década de 1930 es la más productiva y conocida por la Gran Depresión, en Costa Rica esta década será recordada como la década en la que se usaban pieles suntuosas. El armiño, el astarkan, el zorro siberiano e incluso el conejo llenaron los armarios de las mujeres más ricas. Estas son las prendas más productivas para complementar vestidos con un diseño indiscutible y funcional. Debajo de la ropa, sobre la ropa interior, se usará el traje. En 1940, en Costa Rica, el corsé fue abandonado por completo. allanando el camino para una nueva era influenciada por la Segunda Guerra Mundial que cada vez se acerca más.

El triunfo de las barras y estrellas

El rock and roll y el jazz hicieron bailar a los estadounidenses después de la Segunda Guerra Mundial en 1945. Durante la primera parte del siglo XX, la influencia en la vestimenta costarricense llegó desde el país del norte, que tenía hegemonía en el mundo. Europa, una ruptura después de seis años de conflicto.

Aunque Chanel liberó a las mujeres del malestar a principios del siglo XX, los pantalones no llegaron a Costa Rica hasta después de la Segunda Guerra Mundial. «Debido a la presencia de elementos profundamente devotos en la sociedad costarricense, las mujeres solo usaron pantalones a partir de 1950», explica la historiadora. del Teatro Nacional.

Digna Redondo, una costarricense que fue a Europa a estudiar moda y se comprometió a abrir el programa de costura en el Instituto Nacional de Aprendizaje (INA), identificó que las costarricenses no tenían nada que envidiar a las europeas, en materia de pantalones. No era el de mezclilla, era el pantalón de vestir con un botón en el frente.

Junto a esta prenda, el guardarropa de las mujeres costarricenses incluía trajes adaptados, enaguas amplias y vaporosas, vestidos lisos hasta las rodillas y suéteres que llevaban sobre los hombros.

Con esto, la moda empieza a evolucionar más rápido y cada década supone un nuevo cambio. Una nueva forma de vestir y hacerse notar en la sociedad.

En 1960, la influencia hippie y los jeans comenzaron a sentirse en Costa Rica. Los universitarios en un sentimiento de irreverencia se pueden observar con el cabello liso, suelto y descendiendo hacia el centro, camisetas blancas holgadas sin mangas y enaguas largas. Algunos vestían pantalones de campana. y zapatos de plataforma.

“Los hippies llegaron al mismo tiempo que Estados Unidos y heredaron esas joyas paganas y los estampados en las telas”, explica Milo Junco.

Para las décadas de los 60 y 70, el cine se convirtió en un referente en cuanto a vestir. La película Grease o Grease es un espejo de lo que se notaba en el medio plató. Muchas mujeres vestían enaguas largas, otras vestían pantalones completamente entallados o de cuero y tacones bajos. zapatos.

En los años 80, el color, las hombreras, el pelo con mucho volumen y los copetes repletos de laca empezaron a copar el pabellón de la revista Perfil. Por supuesto, no podía faltar esta tendencia de gimnasio en la que vestía una diadema con unos pantalones muy ajustados y tenis lo máximo «in» del momento.

A finales del siglo XX, los vaqueros de cintura alta, las blusas cortas, preferiblemente zapatos blancos y chaquetas vaqueras, habían tenido prioridad sobre la moda.

De la pasarela a las tiendas

Para este siglo XXI se está prestando mayor atención a lo que los afamados diseñadores y marcas de lujo van ofreciendo a lo largo de las temporadas. Aunque en Costa Rica no hay 4 temporadas, las modelos son admiradas con piezas que pueden ser utilizadas en el país. Las revistas de moda han Convertidas en figuras de la época, las fotografías de alta calidad a menudo nos transportan al pasado o al futuro con ropa diferente.

«El cambio (en la moda) es regularmente cíclico, con movimientos pendulares. A las faldas largas les siguen faldas más cortas, para volver a ser más largas. Las charreteras se utilizan, ya no se utilizan, vuelven a estar de moda, sin embargo, casi han desaparecido » sin dejar rastro», por razones. En aquella época, cualquier sacrificio para «estar a la moda» se consideraba algo inteligente.

Con el paso de los años, se pueden adoptar ciertas características de carácter, pero las molestias tienden a no reaparecer. Los cuellos altos que gobernaron durante varias décadas a finales del siglo XIX y principios del XX, sostenidos por estructuras de cordón o finas nervaduras, han experimentado su momento. de regreso, pero como una alternativa más, y sin los malestares del pasado», dice el libro electrónico Nueva Mode a través de María Rosa Noda.

Si bien Costa Rica es un país pequeño de Centroamérica, sigue estando de moda y además de lucir lo que se presenta fuera de nuestras fronteras, pintamos para dar a conocer una industria latente a nivel económico y cultural. Así escribe esta señora de más de 500 años su historia política, social y cultural a través de las prendas de su armario.

Producción Laura Castillo / Infografía a través de Daniel MoraFuentes: Lucía Arce, historiadora del Teatro Nacional / José María «Milo» Junco, historiador.

Libros: El vestir habla a través de Nicola Squicciarino / Representaciones de la moda Designis e identidad de la editorial gedisa / Una nueva moda a través de María Rosa Noda / Fashion Lady a través de Eva María Reschreiter de Trujillo.

Miembro del Grupo Periódico América (GDA)

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