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La sintonía entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias había sufrido en las últimas semanas un serio deterioro, pero su cara a cara de hoy certificó que lo que pudo ser una amistad ha dado paso a una profunda enemistad. Los líderes de PSOE y Podemos mantuvieron en el Congreso un combate dialéctico implacable, en el que uno y otro se emplearon sin piedad en un intercambio continuo de golpes, muchos bajos. La cosa acabó como empezó, con el no asegurado de Iglesias a la investidura de Sánchez. Pero por el camino quedó la sensación de que a PSOE y Podemos no les resultará sencillo sentarse de nuevo a negociar a partir de la próxima semana.
El choque de trenes se inició con un llamamiento de Iglesias al candidato a la Moncloa. «Deje de obedecer a los oligarcas, señor Sánchez; deje de escuchar los cantos de sirena que le llevan al naufragio», solicitó el líder de Podemos, quien,pese a todo, insistió en que su formación tendrá la mano tendida a los socialistas una vez que fracase el intento de investidura. «Aún puede rectificar y ser presidente», añadió el secretario general de la formación morada. Para que eso sea posible pidió al PSOE que no rechace las posibles abstenciones de las fuerzas independentistas catalanas, indispensables para que gobierne una coalición entre PSOE y Podemos.
Pero esta petición de Iglesias pinchó en hueso. «La izquierda no suma y no voy a permitir que la gobernabilidad de España descanse sobre partidos independentistas. Si usted lo que quiere es ir a nuevas elecciones, no mienta a la ciudadanía», zanjó Sánchez. Frente a un Ejecutivo de coalición que ve imposible, el aspirante socialista propuso a su interlocutor un sí, o al menos una abstención, a su investidura «para sacar a España del infierno o de algunos infiernos en los que nos ha metido Rajoy». Aún cuando, reconoció Sánchez, muchas medidas del acuerdo con Ciudadanos «no significan asaltar el cielo», como gustaba decir antes a Iglesias.
El líder de Podemos pronunció un discurso plagado de citas del subcomandante Marcos, Maquiavelo o Pablo Iglesias -el otro, el que fundó el PSOE-. Las usó tanto para atacar a sus adversarios como para poner en entredicho el perfil izquierdista del PSOE. «Me esperaba más de un socialista», llegó a decir a un Sánchez que en la réplica le afeó creerse alguien con legitimidad como para repartir los carnés del PSOE.
Fue sólo uno de los muchos toma y daca del duelo. Si Iglesias atacó a Sánchez con un «yo no traicionó a mi gente» o al instarle a estar a la altura de sus siglas, el líder socialista desafío a su oponente a que los militantes de Podemos decidan sobre el sí a su investidura y le avisó de que «si vota el viernes no con Rajoy se habrá convertido en lo que ha venido a cambiar».
La subida de tono en el cara a cara fue proporcional a la complacencia con que se seguía el duelo en la bancada popular, que asistió en primera fila al despellejamiento recíproco de la izquierda. La tensión tocó máximos cuando Sánchez atacó por el flanco débil que se abrió Iglesias a si mismo al calificar a Arnaldo Otegi como preso político. Según le recordó el candidato del PSOE, «el lunes se cumplen ocho años de la muerte de Isaías Carrasco, un trabajador asesinado por ETA, por aquéllos que usted ayer dijo que eran presos políticos». Iglesias, visiblemente indignado, tachó de miserable el uso de la memoria de las víctimas del terrorismo como instrumento político.
Contra Rajoy e Rivera
Sánchez fue el principal objetivo de Iglesias, pero no el único. El líder de Podemos inició su intervención con un homenaje a quienes lucharon contra el franquismo. Y de ahí enlazó sin paréntesis con los populares. Primero, recordó que el PP «fue fundado por siete ministros de la dictadura» y a continuación acusó a sus diputados de ser «hijos del totalitarismo». Y aunque afirmó respetar a Mariano Rajoy, golpeó al presidente en funciones donde más le duele. «Usted representa al partido de la corrupción».
Tras Rajoy, llegó el turno para Albert Rivera, al que Iglesias describió como «un político hábil», líder de «la naranja mecánica», como bautizó hoy a Ciudadanos, no se sabe si por la banda de gamberros de la película de Stanley Kubrick o por la perfección futbolística selección holandesa de los años setenta. La alabanza fue solo un espejismo y reprochó a Rivera ser un instrumento de «las oligarquías» que intentan frenar el cambio. Más aún, sostuvo que su única ideología era «la cercanía al poder».
La agresividad con que el secretario general de Podemos encaró el debate se volvió a la postre en su contra. Iglesias, en el último turno de réplica, acabó fuera de sí cuando la bancada socialista le brindó un sonoro abucheo tras afirmar, en referencia a los GAL, que Felipe González tiene el pasado manchado de cal viva. El líder de la formación morada encajó mal la reprimenda, se encaró de forma airada a los 90 diputados socialistas y acabó por recibir la reprimenda del presidente del Congreso.
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