A medida que iba escuchando la sesión de ayer sábado de ‘aló presidente’ me iba invadiendo una convicción: este tipo es peligroso. Siempre había sabido que Pedro Sánchez carecía de principios y era capaz de asegurar lo uno y lo contrario sin pestañear. Ayer no. En ese discurso leído en una pantalla superpuesta a la cámara, el presidente del Gobierno me pareció convencido de que su gestión del coronavirus está siendo modélica, de que España es la referencia mundial de cómo se combate la pandemia, que quinientos muertos diarios no es nada, que cinco mil contagios diarios son muy pocos, que todo va bien y que el colchón de La Moncloa vuelve a estar mullido y acogedor.
Donde los demás vemos caos, ineptitud, desorganización e incertidumbre, Sánchez avizora orden, concierto, coordinación y eficacia. Cuando los demás vemos una hecatombe con más de veinte mil muertos, que bien contados pueden llegar al doble, el telegénico presidente, mirando a cámara y apretando la mandíbula, nos asegura que hemos ganado la batalla al virus y lo hemos hecho con nota de sobresaliente. Y parece que se lo cree.
Por una vez pensé que Sánchez no estaba mintiendo. Llegué a sospechar que la explicación a tanta estupidez, a tanta autocomplacencia y a tanta chulería era que el presidente vive en una realidad paralela, un mundo de ilusión montado con todo lujo de detalles en la fábrica de los sueños del ilusionista Iván Redondo y el mago José Félix Tezanos. Ya no le hace falta actuar, porque ha interiorizado las consignas, la propaganda del orgullo por un Gobierno competente, previsor, anticipado en todo a los acontecimientos, capaz de suministrar protección a los sanitarios, hábil en la compra de materiales, preciso en la determinación de las estadísticas, incapaz de cometer un solo error en las decisiones que, si bien contradictorias y disparatadas, han ido adecuándose como un guante a nuestras necesidades.
Tras escucharle me pareció urgente rescatar a Sánchez de las garras de Redondo y Tezanos, aprendices de psicoanalistas, y devolverlo a la realidad poniéndole en bucle, como al protagonista de ‘La naranja mecánica’, unas diapositivas (filminas, qué antiguo) con el contenido del informe del prestigioso Deep Knowledge Group, especializado en análisis de políticas sanitarias públicas. Estos científicos han estudiado la eficacia de la gestión de los gobiernos en la aplicación de medidas como la monitorización y detección del virus y la disponibilidad de medios sanitarios para hacer frente a la pandemia. El estudio ha analizado la reacción de los gobiernos en 33 países europeos. Y España ocupa el puesto 33. El peor.
El informe es exhaustivo y tiene muchos parámetros, que habría que pasar una y otra vez ante los ojos abiertos con pinzas de Sánchez.
Si nadie consigue someterle a una cura de desintoxicación, no habrá nada que hacer. No esperen de este personaje ni el más mínimo atisbo de autocrítica, ni la menor fisura en su férreo estado de euforia, porque ni la mayor catástrofe, ni la mayor de las crisis económicas, ni la más desastrosa de las gestiones públicas ante la pandemia pueden romper la convicción de auténtico ser infalible de Pedro Sánchez.
Menos mal que en España hace semanas que no manda este peligroso psicótico. Quien manda, como se está demostrando día a día, es Pablo Iglesias, que junto a su señora Irene lleva al país hacia la dictadura del villatinajado. Mientras imponen el salario mínimo vital para comprar tres millones de votos, a costa de acabar de hundir las finanzas del Estado, mientras intentan derribar la Monarquía, el estado de Derecho, la libertad de prensa y el resto de cimientos de la democracia, los Iglesias-Montero sacan a pasear a sus niños por los jardines de su finca, entre merenderos, tinajas y piscinas. Los demás, pobrecitos, tenemos que conformarnos con asomarlos al balcón. Eso hasta el día 27, en que podremos sacarles un ratito a la calle, para que les dé un poco el aire. Dicen en Galapagar que el matrimonio Ceaucescu abrirá las puertas de su mansión para que jueguen los retoños de sus vecinos. Pero es solo un bulo (de los bulos de la ultraderecha, ya saben).
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