La calle no es de nadie pero en ella cabemos todos. Y se equivocarán y mucho el presidente y su Gobierno si creen que la calle es sólo suya y que ésta únicamente se expresa con propiedad cuando el ‘clamor popular’ que desprende les suene bien a ellos. Si los españoles no quisimos que la calle fuera de Fraga tampoco queremos ahora que sea de Pedro Sánchez. Creer, como quieren creer, que los que están saliendo para protestar contra su gestión de la crisis de esta maldita pandemia 3.0 –no en una calle sino en muchas y no en una ciudad sino en bastantes– son todos unos fascistas redomados que quieren que vuelva el 18 de julio, Franco, la ‘gallina’, el Cara al Sol, los tradicionales privilegios de la derecha más conservadora y la biblia en verso es un error de bulto, la suma de una estupidez manifiesta, una ignorancia interesada y una ceguera política tan lamentable como peligrosa. Esto va, simplemente, de que la gente empieza a estar harta de estar harta.
El último y polémico barómetro de Centro de Investigaciones Sociológica (CIS) ya advertía de una desafección de los ciudadanos hacía los partidos políticos. Para la mitad de los encuestados, éste y no otro es el principal problema del país. Si unimos este descrédito de la clase política a la crisis económica que se avecina y que este lunes el Banco de España ha pronosticado que será “larga” y a la aparente incapacidad del Gobierno para devolver la confianza a los ciudadanos, el resultado que aparece en pantalla es un verano mucho más caliente de lo que marquen los termómetros y un otoño donde el descontento puede poner al país patas arriba y provocar que los ‘chalecos amarillos’ de Francia emigren a la península.
Con este panorama, el Gobierno tiene que saber a qué se enfrenta. Es seguro que hay toques muy rancios del facherío de Vox y del sector más carca del PP azuzando en las protestas de estos días, y que no se respetan, quizá en un contexto claro de provocación, las pertinentes y obligadas medidas sanitarias. Seguro. Pero que las ramas no impidan ver el bosque. Que el presidente no caiga en la tentación de airear aquello de las ‘dos Españas’ y en la autocomplacencia de creer que si no están con él es que son todos, todos, unos fachas y no merecen pisar la calle que pisan, ni tomarla para sus protestas.
Error presidente, error porque también los hay que le han votado, sí, y que no han votado ni votarán jamás a la derecha, ni que decir a la extrema derecha. Personas normales y corrientes asustadas porque su mundo se cae en mil pedazos y nadie les dice si van a poder reconstruirlo; porque su trabajo pende de un hilo o porque llevan dos meses sin cobrar los ertes y la economía no para de emitir señales de alarma por todas las esquinas como confirma el Banco de España. Hombres y mujeres que no saben si a lo mejor tendrán que ir mañana, o pasado o al otro, a las colas del hambre… Que no presidente, que no todos son fachas, que hay ciudadanos que incluso le han ayudado a llegar a la Moncloa pero que ahora tienen pavor a un mañana que nunca ha estado tan desdibujado, profundo y oscuro.
Creo sinceramente que Pedro Sánchez es un presidente legítimo y que está absolutamente legitimado para hacer lo que está haciendo, aunque se equivoque. Pero quién tuvo que recorrer todas las calles de España para salir del pozo al que le habían enviado sus propios compañeros; el que luchó y derrotó al aparato del PSOE, a todos sus prohombres pasados y presentes y a los grupos mediáticos que apoyaban sin disimulo a su contrincante y le ninguneaban, cuando no insultaban, debería ser más sensible con los que ahora se rebelan contra el infortunio; con la mente más abierta hacia esa ciudadanía que, en mayor o menor medida, se echa a la calle porque nadie le ofrece respuestas. La misma calle que él recorrió para resucitar y salir de ese pozo tan desdibujado, profundo y oscuro al que le condenaron sin juicio previo y del que le rescataron los de a pie, los que siempre caminan más cerca del pavimento que de las alturas.
Muchos ciudadanos, simplemente, están cansados y no entienden. No entienden que los criminalicen o los ridiculicen con los tópicos de costumbre por echarse a la calle o por golpear una cacerola. Que los desprecien por pensar que se están haciendo las cosas mal en el peor momento, cuando se vive sin realmente estar viviendo; cuando se sufre un confinamiento como si fuera una condena, cuando todo parece a punto de descomponerse. Y entienden menos aún que tengan que justificarse, además, para que no caiga sobre sus cabezas el oprobio de aquellos que no parecen comprender que se puede estar en total desacuerdo con la labor del Ejecutivo sin poner en tela de juicio su legitimidad.
Que en algunas de estas protestas veamos actitudes lamentables que bordean el Código Penal, y que son un delirio además de un insulto para el resto de los manifestantes, pueden servir de coartada a aquellos que tratan de etiquetar a todos los que salen a la calle a mostrar su descontento. Pero sería injusto además de falso. La mayoría son ciudadanos sin añadidos, que no van en descapotables, ni se llaman ‘Cayetano’, ni tienen servicio con cofia ni portan banderas con la imagen de la gallina franquista. Es gente que simplemente tiene miedo a ser devorada.
Vasco Núñez de Balboa, que da nombre a la calle del corazón del barrio de Salamanca de Madrid donde al parecer se iniciaron las protestas, fue el primer europeo en divisar, en 1513, el Océano Pacífico. Bien haría el presidente del Gobierno en seguir su estela y en divisar lo antes posible el problema y comprobar que esto no es sólo la protesta de un barrio clasista, propenso a los tópicos y descalificaciones que surgen con la simple mención de su nombre, que el descontento camina a paso rápido también por otros barrios, que la angustia no sabe de códigos postales.
Pd.
Muy importante. Aunque las cifras de víctimas mortales siguen bajando, éstas no tendrán fin si aquellos que ya disfrutan de una cierta libertad de movimientos –casi el 70 por ciento de los españoles– y aquellos que no han llegado a ello –el resto– piensan que esto se ha terminado ya. Que vuelve a ser jauja, que la medidas de seguridad son un tema del pasado y que ya todo es como antes. No, no es como antes y posiblemente nunca lo vuelva a ser. Y si la calle no es de Pedro Sánchez tampoco lo es de estos irresponsables e indisciplinados que con su actuación pone en peligro al resto y confirma una muy lamentable realidad: que muchas veces no sabemos que hacer cuando nos abren la puerta. El peligro de rebrotes sigue estando ahí y las mascarillas, los guantes y mantener las distancias no son una incomodidad sino un seguro de vida.