La rueda de prensa posterior al último Consejo de Ministros, protagonizada por las tres ministras más fanáticas del Ejecutivo más sectario desde la restauración de la democracia, dejó bien claro el proyecto de limpieza ideológica que pretende ejecutar la coalición social-comunista comandada por el traidor Pedro Sánchez.
Las ya célebres palabras de la ministra Celáa, «Los hijos no son de los padres, de ninguna manera», fueron harto expresivas del programa de adoctrinamiento que Sánchez y sus socios pretenden imponer en la educación pública, en la peor tradición totalitaria.
Por más que se desgañiten en el Gobierno ultra, el denominado ‘pin parental’ aprobado en Murcia no es más que la plasmación del derecho de los padres, consagrado en el artículo 27 de la Constitución, a decidir sobre los contenidos morales de la educación que reciben sus hijos.
Se trata, por tanto, de una cuestión que debería quedar al margen del juego político, por cuanto ningún Gobierno puede negar a los ciudadanos el ejercicio de un derecho de tan crucial importancia. Pero el de Sánchez y su banda no es un Gobierno cualquiera, sino uno conformado por fanáticos que odian con saña la libertad y que serían capaces hasta de encarcelar a padres dignos que luchen por el bienestar de sus hijos.
El Gobierno que transige a diario con los ataques de sus socios nacionalistas al orden constitucional, socios que de hecho siguen incursos en su golpe separatista, amenaza con llevar a los tribunales a un Gobierno autonómico por hacer valer un derecho recogido, precisamente, en la Constitución. Sería de no creer si no lloviera sobre mojado y si Sánchez no hubiera dado ya tantas pruebas de su condición felona.
Acierta Pablo Casado al mostrarse firme en un asunto que no es en absoluto tangencial. Con el pin parental está en juego la imposición de unos límites a un Gobierno social-comunista que pretende abusar de los más indefensos, los menores de edad. Esto es la guerra cultural y no hay que ceder en nada ante un adversario que no se comporta como tal sino como un auténtico enemigo, también o sobre todo de la libertad.