«Tradwives»: ¿por qué es emocionante ver a las mujeres «adoptar» comportamientos clásicos?

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Vivimos tiempos convulsos y polarizados: quienes defienden el poliamor compiten contra quienes defienden el dogma de «la monogamia o el balón»; Las feministas tienen que enfrentarse a un ejército cada vez mayor de incels; La política tradicional se encuentra con propuestas gubernamentales tan diversas que se construyen en la chimenea de YouTube; y la vuelta de esa mujer que lleva medias rotas y fuma un cigarrillo –materializada en la forma del fenómeno estival, la Brat Summer– convive con la reivindicación del prototipo de la mujer de los años 50 que cocina y hornea pasteles perfectamente vestidos y que es ahora conocida como tradwife. Pero, ¿qué son exactamente las tradwives y por qué rara vez son solo otra microtendencia fácilmente olvidable de TikTok?

Las primeras esposas tradicionales dieron la impresión en Estados Unidos (sólo entonces se las llamaba los ángeles de la casa) de un antiguo momento de decadencia social, también en términos del feminismo. Después del aire de libertad de principios de siglo (las mujeres bailaban con vestidos con flecos e incluso iban a las fábricas mientras los hombres luchaban en las guerras), es hora de quedarse en casa para cocinar y mantener el orden. Las mujeres, sólo por el rasgo distintivo de ser mujeres, se veían obligadas a realizar una serie de responsabilidades que las restringían al hogar, pero no todas contaban con los mismos recursos. Como plantea la chef catalana Maria Nicolau en este brillante artículo, no es lo mismo ser una mujer de clase alta que ser una mujer de clase media. Los primeros simplemente disponían de sus sirvientes, mientras que los segundos debían encargarse de criar a sus hijos y cuidar del espacio y de quienes lo habitaban. Pero hay algún otro subgrupo, el de los que también tuvieron que trabajar como empleados.

El chef enfatiza la diferencia de privilegio y elegancia, antes y ahora. Los nuevos comerciantes, cuyo hábitat está formado por las redes sociales, también tienen tiempo y capital económico y social. Lo que nos lleva a preguntarnos, más allá de la fascinación inicial que nos impide dejar de mirar. un vídeo tras otro: ¿quién puede «representar» esta feminidad elegante e impuesta? Y vaya más allá: ¿Quién tiene tiempo para cocinar? Por no hablar de hacerlo durante horas y vestirse como un pincel. La mayoría de las mujeres (y hombres) que Vivimos en este mundo «occidental» donde el tiempo apremia, hacemos lo que podemos cada día. Y llevar un tupper a la oficina con la comida preparada el día anterior es un triunfo del que no siempre se puede presumir. Menos aún con la línea de ojos bien pintada.

“Consumir estos contenidos como entretenimiento innegable es una cosa, contemplarlos como algo a lo que aspirar de manera realista es otra”, considera la periodista y editora María Arranz. “Estos videos son actuaciones ideadas y elaboradas concienzudamente que cuentan con una producción completa. Si crees que puedes hacer tu propio cereal desde cero sin invertir mil millones de horas como afirman esos influencers, la frustración estará asegurada”, insiste.

Como si hubiésemos notado un incendio forestal, los comerciantes publican vídeos en los que nos dicen que nuestras vidas pueden vivirse de otra manera: más tranquilas, más sostenibles, más bellas. Que podemos vestirnos nosotros mismos si así lo deseamos. o incluso sonrojarnos por lo que no tuvimos que comprar el de Benefit. En cierto modo, parecería que los que no dedicamos horas de nuestra vida a cocinar -porque no lo necesitamos o porque no podemos- – son peores, también en términos morales. Porque su forma de vida está relacionada con valores como la salud, la sostenibilidad y la belleza. Y por otro lado, la fealdad, el consumismo y la pereza.

Arranz lo desarrolla. Cuando otras personas dicen que no tienen tiempo para cocinar, reciben discursos de culpa que les dicen que si, en lugar de sentarse a ver su programa favorito, dedicaran ese tiempo a cocinar, el desafío estaría resuelto. Pero cocinar requiere esfuerzo, preparación, organización intelectual y una disposición que no cualquiera tendría al llegar a casa del trabajo. Cuando decimos que no tenemos tiempo, en verdad no hablamos sólo de tiempo, sino de todas las situaciones que nos rodean. el acto de cocinar que no todo el mundo tiene. No tenemos tiempo porque estamos agotados, con una aptitud intelectual mínima y salarios precarios que se están viendo duramente golpeados por el valor emergente de los alimentos», añade.

Además, las normas sobre lo que significa comer bien se están expandiendo y están fuertemente ligadas a la clase social. «La cultura gastronómica o tendencias como la comida real han ayudado a hacer de la comida algo ambicioso, estéticamente agradable, representativo de un prestigio o estilo de vida seguro, «, continúa Arranz.

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Ignorando esta realidad, las influencers en cuestión insisten en que vivir con nostalgia de un más allá es imaginable e incluso deseable. Y lo hacen con sus voces suaves, feminizadas, falsas, y desde casas y cocinas ultramodernas, con robots de diseño en los que tienes invertir unos cuantos miles de euros. Arranz se pregunta en la última carta de su boletín Mirror Maze por qué «sólo los vemos haciendo tareas ‘bonitas’ como cocinar» y nunca limpiando el baño, por ejemplo. «Muestran una fantasía que está muy lejos del día a día de quienes se dedican a las tareas familiares: no hay manchas, no hay desorden, no hay nada fuera de lugar», añade ahora a Vogue España.

¿Será aquí el germen de nuestra preferencia por ver este tipo de vídeos una y otra vez? El periodista y escritor, que acaba de publicar El delantal y la misa (Col

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La educadora del Museo de Bellas Artes de A Coruña, Laura Domínguez, comparte en el primer usuario esa sensación de acogida de la que habla Arranz. «Al principio pienso que quizá sólo lo sienta con la cocina, pero lo cierto es que También me ocurre cuando veo a alguien planchando, tendiendo la ropa, cosiendo, bordando, remendando. . . Esto último me ablanda el corazón. O hacer la cama despacio», admite. Creo que una de las razones por las que esto nos ocurre es porque hemos notado que nuestras mamás y abuelas lo hacen. Cuando era pequeña y me pedían ayuda para doblar las sábanas, sentí una felicidad maravillosa y al mismo tiempo una fuerte comunión establecida con ellos», continúa.

Para Arranz, hay una estética segura en esas actividades cotidianas que resultan muy cachondas. «Los estímulos visuales y auditivos apelan a nuestro cerebro y nos aportan paz. No es casualidad que la mayoría se concentre en presentar una tarea ‘amigable’ como cocinar, porque es «Una de las pocas en la casa que te permite demostrar una estética exprés», emite. Pero lo cierto es que hay otras responsabilidades que son igual de cachondas y ya son parte del contenido que llamamos ASMR. La buena fortuna de el hashtag #fridgeorganisation es un buen ejemplo de ello. «Cuando alguien se graba preparando una receta absurdamente compleja o viendo cómo organiza su frigorífico con cajas express para cada cosa, en realidad lo que nos está diciendo es que tiene la tiempo y dinero para dedicarse a todo esto”, afirmó el periodista. Preciso.

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Sin embalajes antiestéticos ni faltantes en el frigorífico. En cierto modo, el orden y la organización proporcionan una sensación de que nos alejan de la precariedad y los problemas cotidianos. Se trata, pues, de una forma de entretener al público perpetuando una serie de valores clásicos que sirven como vía de escape gracias al equipamiento de que disponemos: las redes sociales. “Nuestra realidad actual es tan confusa que, de cierto modo, esta propuesta de un estilo importante puede entenderse sólo como una solución para escapar de un mundo ultracapitalista y ultraactivista”, afirma la directora Beatriz Vilariño.

Las mujeres con actitudes casi robóticas no molestan a nadie, pero hacen de la cocina un lugar alejado de donde era imaginable practicar una resistencia segura a través de la creatividad y el intercambio de experiencias. Un buen ejemplo es Jeanne Dielman, 23 años, Quai du Commerce, 1080, Bruselas, vía Chantal Ackerman, una película que, al filmar la vida cotidiana de una mujer que cuida de su hijo mientras busca la casa, tiene el mérito de ilustrar la Citas ambivalentes entre asfixia y liberación. Esta urgencia ya estaba latente en su primer cortometraje, Saute Ma Ville, donde se llevan a cabo una serie de responsabilidades mundanas, como preparar espaguetis. El proceso total.

«Jeanne Dielman es una pintura pionera porque es la primera vez que se proyecta en un cine algo así; todas esas cosas llamadas insignificantes que forman parte del territorio femenino», explica Vilariño. «Nada que ver con el cine vintage que se hizo hasta ahora, historias masculinas maravillosas también en la Nueva Ola. Porque además de tener una protagonista femenina, se filma este universo que sólo nos pertenece a nosotros. Ella es este régimen como algo terapéutico, como una forma de llegar a algunos. orden en la vida, ya que es una viuda que tiene una relación disfuncional con su hijo y que se prostituye por las noches.

Es una especie de refugio, un procedimiento de curación para permanecer cuerdo en una verdad que le es desfavorable. El mismo escape que últimamente buscan algunas mujeres y que localizan a través de la visión de un mundo que puede ser justamente la solución a todos nuestros desórdenes. La mayoría prefiere mantener una aparente distancia con la forma de entender esta feminidad; Somos voyeurs que no queremos involucrarnos. Por su parte, los inversores pintan “actuando” el más allá y haciéndolo su trabajo: esto en realidad no tiene nada que ver con sus vidas reales. Aunque, como ya hemos visto, es lo mínimo que podemos hacer. “Hay un cierto hastío con el concepto de girlboss, especialmente omnipresente en los últimos diez años. Y es muy probable que muchas mujeres estén desilusionadas del propio feminismo y que el concepto de una casa idílica acompañada de seguridad monetaria resulte como una opción de vida deseable en nuestro tiempo”, reflexiona Arranz. Soñar con la solución a todos nuestros trastornos pocas veces está a un clic de distancia, lo que pasa es que en el fondo somos demasiado incrédulos ante cualquier cosa.

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